Cuatro palabras

Acabada la tormenta del 36-39,  Josep Plá -que había estado con los nacionales, a pesar de lo cual vio peligrar el cuello- se encerró en su pueblo gerundense y ya no salió de allí ni muerto, cuarenta años después. Tanto es así que una de tantas  cosas ‘raras’ como  hizo SM don Juan Carlos I en los setenta fueron dos viajes cargados de simbolismo. Uno, hoy muy olvidado, a México para saludar en su propia casa a la viuda de don Manuel Azaña. Otro, cuando aún no era Rey, al corazón de la provincia de Gerona a saludar, también en su casa, al llamado solitario del Ampurdán, que lo recibió con boina en la camilla de la cocina y donde le obsequió  con butifarra (presumo que extraordinaria), pa amb oli y porrón (o por el estilo).

El valor de D. Juan Carlos y la importancia de aquellos gestos son difíciles de entender hoy. Durante sus cuarenta años de ‘encierro’, Pla había construido una obra densa y apasionante seguida con fervor por un puñado de incondicionales y que, sin él pretenderlo (hoy lo sabemos), ha terminado por traer la lengua catalana al siglo XXI. Una tontería que por sí sola hubiera justificado el Premio Nobel.

Pero antes de todo eso, las peculiares circunstancias de la postguerra le obligaron a escribir en ‘espanyol’, una de sus segundas lenguas. No estaba el horno para bollos (Pla había estado junto al defenestrado Dionisio Ridruejo) y así nació ‘Viaje en autobús’, un libro delicioso que recomiendo junto con las numerosas traducciones castellanas del resto de  la obra de Pla (por ejemplo, el relato de los años treinta y algo más de cincuenta páginas ‘Un viaje frustrado’ con la figura formidable del ‘Hermós’, irónico apodo de un marino ampurdanés que debía ser muchas cosas menos, precisamente, ‘hermós’. O la colección de consideraciones titulada ‘Lo que hemos comido’, título en el que esa segunda persona del plural debe entenderse en sentido mayestático pues no se está refieriendo a lo que nos hemos comido entre todos sino a lo que había tenido ocasión de comerse el autor, que no era poco ni malo).

Reproducimos a continuación la introducción al ‘Viaje en autobús’. Esta introducción -y todo el libro, en realidad- es una interesante reflexión sobre el sentido del viaje (hasta 1936, Pla viajó como periodista por toda Europa) así como una atinada reflexión sobre por qué ‘las llamadas cosas inútiles del mundo son las únicas importantes’.

Cuatro palabras

EN EL CURSO de mi vida literaria, he escrito varios libros de viaje. Uno de ellos, «Cartes de lluny», que se publico hace poco mas de quince años, recibió, por parte del público, una acogida bastante cordial.

Hasta ahora, he tenido la desgracia de no poder presentar a mis lectores un libro sobre algún país remoto, exótico y extraordinario. En mis libros no hay mosquitos, ni leones, ni chacales, ni objeto alguno sorprendente o raro. Confieso sentir, por otra parte, poca afición por el exotismo. Mi heroísmo y bravura son escasos. Me gustan los países civilizados. Desde el punto de vista de la sensibilidad me daría por satisfecho plenamente si pudiera llegar a ser un hombre europeo. He sido siempre aficionado a la «mateotte» de anguilas, a la becada en canapé y a la perdiz mediterránea.

Antiguamente, el viajar era un privilegio de los grandes. Solía ser la coronación normal de los estudios de un hombre. En nuestra época, se generalizó y abarató de tal manera que un hombre como yo ha podido vivir durante veinte años en casi todos los países de Europa por cuatro cuartos. Pero esto, también se ha terminado. Por el momento, no viajan más que los propagandistas y los diplomáticos.

Viajaba, ciertamente, mucha gente, pero quizá, el numero de personas que se desplazaban para formar su inteligencia y enriquecer su sensibilidad ha sido menor en nuestra época que un siglo o dos atrás. En nuestro país había tres pretextos esenciales para pasar la frontera: la peregrinación a Lourdes, la luna de miel y los negocios. ¡Cuanta gente ha ido a Lourdes en los últimos decenios! Se iba allí a ver el milagro, a cantar el «Ave», a pedir a la Virgen que intercediera por nuestros pobres cuerpos y almas.

La luna de miel era otro de los grandes pretextos para hacer un largo viaje. A mi entender, sin embargo, la luna de miel es una mala época para contemplar el mundo externo con agudeza y claridad. Es cosa muy ardua ejecutar dos cosas importantes a la vez. Para salir de casa, es ésta, quizá, la peor época de la vida. Si los recién casados hubieran tenido una ligera idea de su economía, nos hubiéramos ahorrado los espectáculos que todos hemos visto en la estación de Francia: verlos llegar fatigados, descompuestos, deshechos, pidiendo mentalmente a gritos las zapatillas, maldiciendo Europa y sus museos, sus monumentos y su cocina detestable. No. No es buena época la luna de miel para hacer casi nada. Lo mejor, en estos casos, es salir a tomar un rato el sol por la Diagonal o el Paseo de Gracia.

Y el tercer pretexto, los negocios, era como los anteriores. Uno viaja, generalmente, para ver las llamadas cosas inútiles del mundo —que son las únicas importantes— y los negocios no dejan tiempo para nada.

Lo esencial, para aprovechar un viaje es tomarlo como finalidad misma. Andar por el mundo un poco al azar es muy agradable. Viajar sin tener un objeto concreto, es una auténtica maravilla. Yo siento que podría curarme de todos mis vicios y de todas mis virtudes —caso de que tenga alguna. Lo que no podré dejar jamás es mi recalcitrarte vagabundaje.

Hay que viajar para descubrir, con los propios ojos que el mundo es muy pequeño, y por tanto que es absolutamente necesario hacer un esfuerzo para dignificar la visión hasta llegar a ver las cosas en grande. Hay que viajar para’ darse cuenta de que una pasión una idea, un hombre, solo son importantes si resisten una proyección a través del tiempo y del espacio. No hay nada como alejarse un poco para curarse de la psicosis de la proximidad, de la deformación de la proximidad, de la que todos estamos atacados. Hay que viajar para aprender —a pesar de todo— a conservar, a perfeccionar, a tolerar. Es en este sentido, creo, que los antiguos aconsejaban el desplazamiento. Creían que era un buen método para aprender a prescindir de pequeñeces, de difusos detalles, de torcidos cubiliteos tribales, de grandiosidades escenográficas y falsas. La pieza de caza del viajar es la aventura. La aventura es la flor, el perfume del azar y de la diversidad. A veces es una puerta que se abre ante un mundo insospechado, sobre un mundo que se sabe donde empieza y no se sabe donde acaba…

En fin, ya que no se puede viajar como antes, hay que viajar de todos modos. Aquí esta el fruto de mis recientes, insignificantes vagabundajes. Viajando en autobús, el vuelo es gallináceo.

La finalidad de este libro es triple: primero, aspiro, como todos los autores de libros, a ganar con él, algún dinerillo para ir tirando.

Segundo: en el momento de escribirlo he tratado de contrastar hasta que punto puedo llegar, manejando esta lengua, a la desnudez estilística, a la simplificación máxima de la manera literaria. No tengo ningún inconveniente en confesar que el considerable esfuerzo que he debido hacer —lo digo para que a nadie se le ocurra agradecérmelo— no ha sido logrado.

Finalmente espero —y esto es cosa mía— que este libro será leído dentro de cien años cuando algún curioso —y espero, gustoso— erudito trate de resucitar la vida que estamos arrastrando —el temporal que estamos capeando.

Esta tercera finalidad, es importantísima. La segunda también. Y la primera, no digamos.

J.P.

Mas Pla, 1941-1942

‘La Vanguardia’ (Española, of course, desde los tiempos de aquel caballero que fue don Luis de Galinsoga) del 20 de marzo de 1975: el ‘borboncito’ rompiendo moldes.

Para que se hagan una idea de la inclasificable personalidad real del heterodoxo Pla (que hoy el tosco nacionalimo pedáneo intenta pulir y meter en una horma homologable con su idea de Cataluña y de lo que deben ser los santones de la catalanez) vean este fragmento de la entrevista que le hizo José Batlló y publicada en el número 534 de la (entonces imprescindible) revista Triunfo en fecha tan lejana como el 23 de diciembre de 1972.

B.-Usted recuerda haber estado escribiendo toda la vida.

P.-No, no, no. Toda la vida no. Yo he trabajado de viejo, que es cuando se debe trabajar. No de joven. De joven no se debe hacer nada.

B.-¿Qué hacía de joven, entonces?

P.-Me dedicaba al periodismo.

B.-¿Y eso no es escribir?

P.-Decía que el señor Maura se había levantado y había soltado un discurso, o Romanones, o Carlos Marx … Es igual, eso no tiene importancia …

B.-Pero usted sigue haciendo algo de periodismo, ¿no?

P.-Muy poco. Ya no hago apenas. Periodismo actual, nada. Ahora hubiera querido hacer un artículo sobre ese dictador siniestro de Argentina, esa vergüenza que se llama Perón,
pero no me he decidido. En una palabra, no me interesan los ladrones.

B.-Yo recuerdo un artículo suyo …

P.-Diga, diga …

B.-Un artículo suyo donde se cachondeaba (*) de Marcuse…

P.-Marcuse, sí. Hombre, yo creo que todo eso del erotismo es un poco exagerado.

B.-Además, parece que fue una moda, porque ya nadie habla de él.

P.-Sí, hombre, sí que hablan. ¡Vaya si hablan! Esos indios americanos están todo el día dándole vueltas.

B.-Quiero decir aquí en España.

P.-¿Aquí? Aquí nada, hombre ¿Es que no se da cuenta de que intelectualmente España no es nada? Nunca ha habido nadie que haya pensado nada, que haya sido nada … ¿Es que no se da cuenta?

B.-Bueno, esto es lo que yo conozco.

P.-No, no, usted tiene cara de pensar muchas cosas, pero … usted no va a decirlo, porque forma parte de una corriente determinada, de un grupo … Yo no formo parte de ninguna
corriente, ni de ningún grupo, ni de nada. Yo formo parte de la editorial de este señor (señala a Vergés**) y basta … Pero, bueno, con todo esto no va a haber manera de hacer una entrevista.

* * *

*En la época, nadie se cachondeaba de nada. La entrevista publicada en su momento ‘se ha actualizado’ reproduciendo las expresiones tal como aparecen en la grabación magnetofónica original.

**Josep Vergés, el editor de Destino y de la obra de Pla, presente en la entrevista.

Aquí, la entrevista completa: vale la pena.

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3 respuestas a Cuatro palabras

  1. Siana dijo:

    Home, don David. Esto no me lo pienso perder. Dame el finde para degustarlo. Y te anticipo la GRACIAS por traernos a don Josep a tu espacio. Petons!

  2. María Félix dijo:

    Yo ya sabes que soy fan.
    Merci.

  3. bowmanpoole dijo:

    Ay
    Y yo fan vuestro. Pero fan fanático, fetén, fan-fan la tulipe.
    La releche en fan, vamos.

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