Hijos del agobio

El taxista, sin ir más lejos, tiene un hijo negro pero que lo quiere igual que si fuera blanco. Ello se debe (que sea negro) a que se compró (el taxista) un modelo de uteromatric muy primario, hace ya años, que le produce los hijos aleatoriamente. No sólo negros, quiero decir, sino también esmirriaos y hasta con un gen catalanovasco muy inapropiado. De vez en cuando, el hijo negro dice ‘llibertat, amnistía, statut d´autonomía’ y también ‘visca el Barça’. Es muy desagradable, sobre todo cuando hay visitas. También dice ‘arrayúa’ con voz de pito. Con lo bonitos que son los genes extremeños. O andaluces. O gallegos (siempre que sean gallegos buenos y no me los de por la ‘patria galega’).

Con tan estúpidas meditaciones se me pasa el tiempo y me pìerdo la belleza del cielo lunar madrileño. En esto un bugajet tuneado y con matrícula de Albacete se salta un semáforo y el taxista debe usar los retrocohetes para que no nos demos una castaña. “¡A tu pueblo, ggggggilippppoyyyyyas!” chilla el taxista. ‘¡Puto paleto de mmmmierrrrrda!’ añade, cariñoso y entrañable. Lo sé porque el cariño y la entrañabilidad se manifiestan en Madrid subrayando con pasión las consonantes de la última palabra de cada frase.

Madrid es que es un encanto, vaya que sí.

Madrid. Tráfico a nivel del suelo en la glorieta de Gregorio Marañón un viernes de puente a mediodía. El del caballo, que parece que intenta poner
orden entre la riada de automóviles que enfila la calle José Abascal, es el general Concha. El Concha este fue un tio mu bragao que se comió no sé
cuantos enemigos durante la carlistada. En un desafortunado cambio de impresiones entre ambos bandos me lo metieron un tiro y pasó a mejor vida.
Hoy nadie se acuerda de él (sic transit y tal y cual) pero en su día fue muy popular y su muerte, muy sentida. La contundente estatua ecuestre -en buen
bronce de la época- es prueba de ello.