La Princesa se suena ruidosamente. “Sólo quiero parecer yo. Ni hombre ni mujer. ¿Por qué no puedo ser, simplemente, yo?” No digo que no pueda ser pero le recuerdo que las personas se dividen en ‘hombres’ y ‘mujeres’. “Y, por lo que sé, tú eres ‘mujer’. Bien mona., por cierto”, puntualizo. Por toda respuesta, más seria que un ocho, se quita el casco de aviador y las gafotas, se suelta esa melena moreno-aceituna capaz de perder a un emperador (y a un astronauta) y se desabrocha la gruesa cazadora de vuelo para mostrarme dos pechines compactos como limones cubiertos por un sujetador blanco muy cuco. “Lo que soy es hembra, Bowman”. Yo parpadeo. “¿Te has vuelto loca?” Eso parece, porque se desabrocha también el basto pantalonarro de vuelo, aparta un momento la braguita y me muestra los brillos azulados de su vello púbico. “Por dios, Princesa, que no soi de piedra…” Hal, que hasta entonces asistía silencioso a la escena, se descuelga con entusiasmo programado. “¡¡¡¡¡Ya ba-da-ba da-ba duuuuuu!!!!” Hecho una fiera, me levanto y le doy cuatro voces. “¡¡Hal, arrestado hasta nueva orden!!” El alarido desacompasado con el que el robot ha celebrado aquel derroche de belleza juvenil me ha puesto los nervios de punta. “Y tú, vístete, coponarro”, grito también a la Princesa, “o acabaremos como en la ‘Bounty’: mal”. La Princesa se vuelve a vestir, incluído el casco y las gafas. “Soy ‘hembra’. Nada más. ¿Sólo por eso debo parecer -y ser- ‘mujer’, ‘señora’, ‘señorita’?” Estoy atónito. “Es lo que se espera de ti en la Tierra. Pero aquí mando yo, así que a mí, plín: como si quieres ir de gárgola. Sólo me importa lo que puedes dar de si a bordo. Como profesional, al menos”. Ella se enfurruña. “Como persona, Bowman”. ¡Ni siquiera le gusta que la tilde de profesional! Y prosigue. “Claro: ‘mujer’ ‘profesional’ y ‘hombre’ son construcciones mentales viejas…” Yo la interrumpo molesto. “No tenemos otras, lo siento”. Ella se ríe. “Yo sí”. La condenada es demasiado inteligente para un cuadriculado astronauta de la NASA que cabalga -mal- entre los siglos XX y XXI. “No olvides que ya viví en el siglo XXVI”.
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Bueno comandante, no sé que tiene de malo ser mujer, muy orgullosa estoy de serlo. Además aunque ella pretenda hacer creer lo contrario, emplea sus "armas" a la antigua y nueva usanza. Primero con lagrimitas y pucheros y después, con una pose de estudiada liberalidad. Ains
Problemas con ser hembra, pocos. Estar mentalmente en orden
(de entrada) con mi sexo supongo que es una consecuencia lógica de no ser transexual.
Problemas con la idea de mujer (y con la de hombre, y con todo lo que se espera
de ellas), un par o tres. Debe ser alguna que otra brecha por superar de mi
generación. Por otra parte, orgullo tampoco. Tenga en cuenta que una empieza
sintiéndose orgullosa de ser mujer (a qué huelen las nubes?) y termina
orgullosa de ser celoriana o extremeña, heterosexual, alta, aria o clasemedia. Y a partir de ahí, cuesta abajo y sin frenos, se terminan
abanderando cuestiones de lo más aleatorias. Sin sonrojo. Con todo lo que eso
implica. ¿No sería mejor que el orgullo estuviera asociado al mérito personal
antes que al azar de la genética o a los caprichos del origen geográfico?
Pregunto.
Sobre las pretensiones (y pucheros) de cada uno, no sufra. Aventurado me
parece descifrar las mías, como para comprender las ajenas. Pero pierda cuidado, el comandante sabe latín y no se deja seducir ni a palos. El condenao.
Siento que se molestara princesa, no era esa mi intención, sólamente era un comentario jocoso. Pero si quiere supuerar sus escollos es mejor que huya de lo políticamente correcto. Es sólo un consejo y no tiene porque tenerlo en cuenta.
Y ahora, vuelvo a mi playa, ya no volveré a incordiar más. Saludos